Las primeras nieves han comenzado a caer, estamos en El Portalet (Huesca) y todo indica que la temporada de ski está cerca. Una señora comenta asombrada que han bastado un par de horas para ver la nieve en los tejados, unos copos que ya no se irán hasta bien entrada la primavera. Me imagino caer lentamente la nieve, algo parecido a cómo deben de pasar las horas allí. Apago la radio y miro por la ventana. En Madrid ya han puesto las luces de Navidad en las calles y el bullicio de la mañana descongelaría cualquier helada.
Elijo el look que llevaré hoy, tengo un par de press days, una comida de trabajo, una reunión a la hora del postre y una entrega de premios por la noche de una conocida revista. Salgo de casa y enseguida me veo envuelta en miles de coches que no avanzan tan rápido como el ritmo de la calle. Lo bueno que tienen los atascos es que puedes observar la realidad con la misma lentitud como la que caen los copos en el Pirineo.
Un hombre vende libros que no se encuentran en otras librerías, está sentado delante de las rejas que guardan sus tesoros y el toldo le refugia de las gotas que comienzan a caer. Me pregunto qué valor tienen las cosas cuando algo tiene más de sentimental que un precio módico de salida. Me acuerdo de las castañas que comía de pequeña, porque los recuerdos de las emociones me han jugado una mala pasada. En esta época siempre regresaba más de lo habitual a mi pastelería favorita, a por Castañas del Pirineo. Las hacían en otoño y no sé si me gustaba más el escaparate que decoraban o el riquísimo manjar. Con lo primero me podía pasar horas admirándolo y con lo segundo no entendía de ver pasar las horas.
El día transcurre como estaba planeado y cuando llega la noche mi expectación aflora al ver todos esos vestidos de ensueño que pasan por una alfombra roja llena de caras conocidas. Me pregunto de nuevo qué valor tienen las cosas ¿Cuánto de emotivo tiene ese vestido para la persona que lo lleva? Va a recibir un premio con el y lo más seguro es que salga en todos los medios de este país. Siempre le recordará un momento, un lugar y posiblemente un sueño. Cuando llego a mi casa quiero buscar mi momento, ese que me lleve de nuevo a lo que un día hizo que valorara las cosas. Me acuerdo de que tengo castañas. No tiene un alto valor si hablamos de cifras pero sí un precio incalculable dentro de un corazón.
Porque a nadie le dan un premio sin que antes haya admirado, sin que haya tenido la misma paciencia con la que yo esperaba todos los otoños, sin la ilusión que produce un camino nuevo. La gente se olvidará de esa fiesta, quizás no sepan el vestido con el que triunfaste pero podrás regresar al momento en el que recuerdes como te emocionaste.
Bombones artesanos, con una crema de castaña al ron, que posteriormente se baña en chocolate negro Valrhona. Toda una fiesta que se puede repetir, tantas veces como lo quieras sentir. Así es la vida, llena de cosas inmateriales, que nos hacen sentir especiales.